El golpeo suave de las gotas de la lluvia me ha despertado esta noche. Es una sensación agradable de escuchar a cualquier hora, pero cuando ese sonido viene acompañado de la oscuridad y la relajación, se impregna de una magia difícil de igualar. La respiración se relaja, el corazón reduce sus pulsaciones y entonces todo empieza a verse de forma diferente. Hay que dejarse llevar por ese sonido, imbuirse en él, sentirse en comunión. De repente todo se ve de otro color porque el tiempo transcurre más pausado, como impulsado por un viejo reloj de cuerda sin fuerzas para marcar los segundos. Todo se ve distinto si logras la compenetración.
Tus pensamientos te sitúan en un plano desde el que las cosas se valoran en su justa medida. Lo importante se reduce a muy poco y lo superfluo lo desechamos. Comprendemos que apenas necesitamos nada para encontrar la felicidad. Nos damos cuenta de lo inútil de muchas de nuestras expectativas, de lo innecesario de esas metas que perseguimos para intentar ser más (más, ¿para qué?). El ventanal sigue siendo golpeado levemente por el agua y sigo relajado. “¿Por qué me enfadé ayer? Que tontería el haberlo hecho”. Y así un pensamiento y otro que van desmontando esta forma de vida nuestra que se ha convertido en una carrera de fondo sin saber bien adonde vamos. La sociedad nos ha engañado pero estamos a tiempo de reaccionar, es más, debemos hacerlo cuanto antes. Lo sé porque el golpeo suave de las gotas de lluvia me ha despertado esta noche…