El ser humano, desde aquellos tiempos en los que decidió que era más limpio andar a dos patas que a cuatro, siempre ha necesitado de un ente superior en quien apoyarse para dedicarle sus plegarias; para ofrecerle sus rezos y sacrificios en aras de una vida mejor, con más salud e incluso para implorar al santo valor de la virilidad.
Dejando a un lado las alabanzas de algunas tribus africanas a objetos tales como una piedra, un árbol legendario o, simplemente, una botella de coca-cola, la humanidad ha fijado su fe en multitud de Dioses a lo largo de su existencia. Desde el Dios Ra, el largo elenco de Dioses griegos o romanos (imposible de memorizar para mí por mucho que me esfuerce), llegando a la era contemporánea, con la elevación a los altares de figuras como Alá, Jesucristo o Buda.
Pero, mira por donde, en la sociedad neocapitalista de los últimos 20 años, se ha venido produciendo un vacío de fe en esa religión cristiana que imperaba en nuestra querida piel de toro. Habíamos perdido el norte que habíamos seguido durante tantos años. El catolicismo estaba en declive.
Había que encontrar un sustitutivo, y rápido. A todos aquellos españoles perdidos en sus creencias había que encontrarles un nuevo camino. Algo que les uniera por completo, que fuera su referente y su guía. Su objetivo. Algo que les proporcionará alegría y bienestar con tan solo ser mencionado su nombre.... y alguien lo encontró y lo llamó.... Mercadona.
Ya tenemos un nuevo referente religioso. Tan solo nombrarlo (Mer-ca-do-na), los pueblos se unen para elogiar todo lo bueno que se encierra en él. Si deseamos animar una aburrida conversación, hablemos de los detergentes de Mercadona. Los rostros cambiarán de expresión y todos serán felices hablando de la calidad y el buen hacer del Bosque Verde. Todas las semanas se producen romerias en honor de Mercadona. Los sábados por la mañana, miles de romeros al unísono, claman un "¡Aleluya!, vamos a Mercadona". "Y yo, y yo", acompañan alegres todos los que les rodean. El Rocío es una cabalgata de barrio comparado con estas oleadas de gente enfervorizada. Ya tenemos nuestro nuevo Dios, bondadoso por las prebendas con las que nos obsequia. Lo peor viene cuando alguien se declara ateo. Nadie puede declararse ateo de Mercadona porque, en ese caso, será apartado de la sociedad y tratado como un bicho raro. "¿Como osa este hereje a despreciar la divinidad de nuestro elegido?", dirán más de uno antes de mirarlo con arrogancia.
Yo de momento me mantengo al margen. De vez en cuando visito sus santos lugares, pero tan solo para observar a la multitud enaltecida. Me considero una persona sensata, por eso reniego de esta claudicación humana. Señoras y señores, viva Carrefour.