Desde hace unos años, si hay un vocablo que se utiliza constantemente en nuestra sociedad es el que hace referencia al “estrés”. Antes de acoplar el palabro a nuestra lengua, cuando alguno de nosotros hacía referencia a este fenómeno decía algo así como “yo no sé la cantidad de cosas que hago al día”, “no tengo tiempo para nada” o “estoy de los nervios de la prisa que llevo siempre”. Lo bueno del caso es que se ha concentrado en seis letras (e-s-t-r-e-s) un montón de frases inacabables, todas ellas llenas de ansiedades, preocupaciones, correrías y calentamientos de cabeza. Lo malo: que utilizamos la palabra para cualquier mínimo evento que nos perturbe, aunque sea levantarnos a apagar la luz de la cocina.
Al principio de la aparición de esta palabra, la utilizaban las clases más acomodadas de nuestra sociedad. Nosotros nos manteníamos al margen mientras escuchábamos a alguna señora de rancio abolengo soltar aquello de “Ay, chica, estoy super estresada”, lo cual pudiera ser debido a que Ruper, su peluquero, no le había podido dar hora para hacerse un “lavado y marcado”. Quedaba muy chic el decir que sufrías de estrés cuando te relacionabas con tu círculo de amistades.
Posteriormente, el estrés se ha ido generalizando en toda la sociedad hasta tal punto que cuando un amigo/a nos comenta que tiene un tic nervioso en el ojo izquierdo, lo más normal es que le digamos que es un problema de estrés; que lo ha somatizado por ahí al igual que otras personas lo hacen a través de una urticaria o un dolor en la pelvis. ¡Por fin hemos encontrado al culpable de todos nuestros males!
Una vez diagnosticado, toca el aplicar el tratamiento. El ser humano, dentro de su infinita sabiduría, ha establecido diversos mecanismos para luchar contra el “bicho” que nos ha picado. Soluciones como hacer ejercicio, practicar diez respiraciones abdominales, apuntarse a clases de tai chi o ir directamente al orfidal, se han establecido como referente para aconsejar a esos amigos que vemos demacrados, inexpresivos, o derrotados, cuando tal vez lo único que necesiten es dormir diez horas de un tirón para levantarse hechos un brazo de mar.
De todas formas, y mirando el lado más positivo del asunto, lo que es innegable es que esta palabra genera relaciones sociales. En el momento en el que alguien la nombra, aparecen multitud de personas dispuestas a discutir sobre el asunto, y esto es bueno de cara a ampliar nuestro círculo de amigos (esos que luego aparecen en facebook y quedan super monos).
A todo esto, pido perdón, pero debo dejar de escribir porque…. me estoy estresando.
¡Nos estamos estresando!. En esta sociedad es mejor utilizar el plural
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